“No hay otra escapatoria al conservadurismo que el hedonismo extremo”

Una entrevista con Wenceslao Bruciaga

Novela arriesgada y ácida, Pornografía para piromaníacos del mexicano Wenceslao Bruciaga aborda un tema novedoso en la literatura en español: la pornografía gay. El sexo vive en sus páginas, la testosterona acelera la narrativa y abundan las drogas y el rock and roll. Aquí la entrevista con Bruciaga, el nuevo chico malo de la editorial Sexto Piso.

POR Juan Sebastián Lozano

Febrero 08 2024
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Wenceslao Bruciaga es un hombre valiente. Escritor y periodista que celebra su homosexualidad, habla de su deseo sin miedo, y no quiere encajar en una sociedad hipócrita heterosexual. Critica posturas progre de la época que tal vez sean un nuevo conservadurismo. A él le gusta el sexo entre machos peludos, la testosterona, tiene barba y le gustan con barba; respeta a los gays que quieren ser mujeres, pero no es lo suyo. Es periodista experto en rock, escribe columnas sobre música en el medio Milenio; como escritor ha publicado tres novelas, un libro de cuentos y uno de no ficción.

Con Pornografía para piromaníacos, el nacido en Torreón abre nuevos caminos para la literatura latinoamericana. La novela le apuesta a la imaginación, es ficción realista, no contiene testimonios; los personajes están bien construidos con sus penes gigantes, sus drogas y sus tristezas, todo queda en la memoria del lector: podrían ser atléticos muñecos de acción con gorras de béisbol y bazucas entre las piernas, como G.I. Joes perversos o héroes de Stephen King. La historia transcurre en San Francisco, aunque hay escenas en México. Es la visión de un autor latino sobre Estados Unidos; demuestra que podemos escribir sobre lo que se nos dé la gana, que no debemos limitarnos a lo local o a lo que conocemos. La novela podría ser una serie, pero sobre todo es literatura escrita con efectividad, de manera ágil, con embates de penes sobre anos, con un ritmo endiablado.

En la novela, Jeff es un rockero frustrado que quiere dejar de serlo, y encuentra en la industria porno una forma de manifestar su rebeldía y dinero para vivir. Pedro Blaster, el del arma con más centímetros, nació en San Miguel, ejido a las afueras de Torreón, Coahuila, México. Es la estrella exótica de Sawyer Media, la productora que es el ojo de Dios: entra con sus cámaras a los agujeros más recónditos y muestra el sudor masculino en primer plano; la preferida del público gay. Charliee, su esposo, es un millenial adicto a las redes sociales, defiende discursos woke y todo lo quiere filmar con su teléfono, pero está sometido a un macho tradicional. Hay otros personajes en el libro, otros gays que aman a los pornstars, otros amados por estos que son heterosexuales o que prefieren ocultar sus deseos. Perdidos en la San Francisco gentrificada de los últimos años que ya no es el paraíso rosa que era, pues el capitalismo snob se la ha devorado.

 

¿Cómo surgió la idea de Pornografía para Piromaníacos?
Básicamente, tiene dos génesis. Digamos que soy adicto a la pornografía, me gusta mucho la pornografía gay. Cisgénero. Lo de cisgenero no sé hasta qué punto es redundante, pero dada la posmodernidad que estamos viviendo creo que es pertinente la aclaración. La pornografía gay me gusta porque siento que representa la esencia de la homosexualidad en su más excitante crudeza. Representa el grado cero de la homosexualidad, mas allá de todos los clichés que se han cimentado sobre ella, de todo lo que se entiende por homosexual, el matrimonio y el marketing rosa. La pornografia gay describe perfectamente lo que en realidad es la homosexualidad, que es sexo entre hombres, digamos con esa brutal anatomía. Se me hace fascinante, se me hace tan violento como un acto de nobleza que se den placer, eso por un lado. Así que sí tenía cierta urgencia de validarme a mí mismo, de decirme que no soy un degenerado por ver pornografía gay; de explorarla y sobre todo de humanizarla, porque la pornografia en general deshumaniza mucho a sus actores, al final son como pedazos de carne que se están reproduciendo, en el caso de los heterosexuales, pero en el caso de los homosexuales se está antireproduciendo, y eso genera placer. Pero bueno, al final hay historias y yo quería humanizar a los actores, dar una continuación a sus vidas después de que eyaculan.

La segunda parte de la génesis son las amistades, amistades que son pornstars o actores porno gay que conocí a lo largo de estos años. Hace mucho tiempo yo trabajaba en una revista de divulgación científica que se llamaba Quo y por ahí, a finales de 2006, 2007, se volvieron ligeramente famosos unos especiales de sexo que hacíamos; estaban en la frontera entre ser de divulgación científica sexual y pornografía con sesgo informativo. Me enviaban a hacer reportajes sobre la industria porno tanto hetero como gay. La hetero pasa generalmente en Los Ángeles, en el Valle de San Fernando, aunque ya no se concentra ahí. La gay está centralizada en San Francisco. Así fue como empecé a entrevistar actores con los cuales generé ciertas amistades y un poquito más… Me di cuenta de que tenía muchas grabaciones con anécdotas que valían la pena, pensé en hacer algo con ellas, siempre había tenido la inquietud o cierta urgencia por contar la historia de un grupo de amigos gays.

En Pornografia para piromaníacos no cuento las historias de un grupo de amigos. De hecho, son más bien antagonistas entre sí, pero sí tenía ganas de contar las historias de distintos personajes gays que tienen que sobrevivir a ciertas cotidianidades que suelen estar en su contra. Una gran influencia para concretar la historia fue la serie de HBO Looking, sobre tres amigos gays en San Francisco. No fue una serie exitosa; en circuitos gays se le acusó de ser una serie poco empática con los gays. Yo, al contrario, creo que es muy realista. Ahí me di cuenta, precisamente, de que a los gays no nos gusta vernos reflejados en nuestra auténtica naturaleza, y Looking lo que hacía era presentar a los personajes sin grandes ambiciones. También se le ha criticado mucho eso a mi novela: que los personajes no son activistas, que no se comprometen con las ideologías de moda o con los debates en boga sobre todo en redes sociales, que parecen muy indiferentes a esto, que solo piensan en sexo, que solo piensan en vergas grandes. Pero bueno, es que esa es la pornografía gay. Al final, a la homosexualidad, para ser aceptada, siempre se le ha exigido cuotas de trascendencia que no se les piden a otras minorías sexuales, y menos a los heterosexuales.

 

Y el espacio de libertad para la novela es San Francisco.
 La serie Looking me animó a tener valentía, la dosis de bravuconería necesaria para contar la historia en los términos que yo quería. En esta hay hedonismo y conciencia de uno mismo, lealtad a uno mismo. La historia tenía que transcurrir en San Francisco porque es una ficción literaria con un fuerte anclaje en la realidad, y la única forma de darle coherencia en espacio a la novela era que sucediera en San Francisco porque México no tiene una industria del porno tan arraigada y con tanta identidad como S.F. Más allá de los objetivos económicos, de las metas industriales, en S.F el porno se convirtió en centro de discusión sobre lo que implicaba el placer homosexual.

 

Cubierta de Pornografía para piromaníacos

 

¿Cómo ve el discurso llamado “woke” actual, toda esta discusión sobre identidades de género, esta deconstrucción de lo masculino, nuevas masculinidades, etc.? ¿O la relación de esto con el sexo entre hombres, el placer, la pornografía?
 Me han influenciado las lecturas de Jean Genet y de Dennis Cooper; en particular un libro muy bueno de Genet que se titula El enemigo declarado, un compendio de ensayos y de entrevistas. En una de las entrevistas –creo que para Playboy– le preguntan cuál sería la moral de la homosexualidad. Genet siempre hizo una analogía bastante provocativa que me hizo entender mi homosexualidad en un mundo que es hetero y que va a seguir siendo hetero el resto de la eternidad. Por mucho que ahora los movimientos woke intenten darle un vuelco extravagante, el sistema sigue intacto. Lo que decía Genet es que es bastante problemático atribuir cierta moral a los homosexuales. Para explicar esto hacía una analogía entre los prisioneros de las cárceles y los homosexuales, que son poblaciones marginadas de un sistema social perfectamente establecido en las convenciones. Dice que la condición de prisionero es amoral, en la medida en que, cuando los prisioneros ejecutan buenas acciones, ya empiezan a tener una moralidad que es entendida como el bien, lo cual, de alguna manera, los vuelve a integrar en una sociedad que siempre te va a exigir, por lo menos en apariencia, buenas conductas. 

Creo que el conservadurismo siempre ha estado ahí, ha habido brotes de liberación, como la liberación sexual de finales de los 60 y la explosión punk de los 70 con la que yo me identifico mucho. Pero el conservadurismo nunca se ha ido y es tan astuto que encuentra formas de colarse en los discursos que nosotros queremos escuchar para validar nuestra rebeldía. No hay nada mas conservador que el sexo reproductivo y la idea de perpetuar la especie humana. Cioran, si no me equivoco, decía que no hay nada más inmoral que ser padre. Creo que la cultura woke abusa de las buenas intenciones para al mismo tiempo erigirse como una autoridad moral que castiga a quienes no asumen estas posturas, que creo, entre tanto histrionismo, que son más extravagantes que justicieras socialmente. Al final termina resonando más la estridencia que la causa por la que se lucha, hablando de lo woke en general.

Pienso que también lo woke responde sobre todo a un consumismo impuesto por las grandes élites, a pesar de que se habla mucho de decolonizar, de destruir, de deconstruir. La palabra “deconstruir” es bastante resbaladiza, porque supuestamente busca desestabilizar, pero siento que más bien desmonta sin perturbar los fundamentos de lo que nos tiene jodidos. Entonces pareciera que lo desmontas y lo vuelves a construir con ciertas partes, digamos, con un cierto nuevo orden, que es lo que tiene que ver mucho con estas nuevas formas de entender las identidades, pero el sistema no se toca, la jerarquía permanece intacta. Así que todo eso gira alrededor del consumismo impuesto por las élites. Si te fijas, los mensajes con los que se pretende deconstruir las normas suenan como eslóganes publicitarios. No hay  una intención real de radicalizar las cosas; en ese sentido, yo sí creo que el porno gay cisgénero, en su crudeza, sí atenta contra las convicciones de las mismas nuevas posturas con las que se discute. 

Me parece bien que se discuta también, justamente, lo que ha venido siendo la diversidad sexual hasta hoy. Yo mismo, desde mis columnas, que empecé por ahí en 2005, 2006, he sido muy crítico con la forma en que los homosexuales nos hemos dejado de convencer por el mainstream, siendo el mainstream desde la publicidad hasta los sistemas convencionales. Me acaban de publicar un texto sobre la historia del matrimonio igualitario en México, sobre cómo al final, lejos de crear nuevas narrativas, terminamos repitiendo los mismos patrones de doble moral y de tiranía que se ejercen en la familia, los roles: lo del proveedor, alguien que puede castigar, alguien que es sumiso. Te das cuenta entonces de que no hay escapatoria al conservadurismo excepto el hedonismo extremo, que a muchos les suena a libertinaje, pero creo que es la única forma en la que realmente no nos dejamos someter. El conservadurismo va ganando, por ejemplo, porque ahora cualquier discurso, cualquier argumento, cualquier opinión que no funcione como un eslabón en una cadena es considerado discurso de odio. En esta eterna discusión postmoderna sobre las identidades, sobre quiénes somos, los auténticos conservadores tienen muy claro que son conservadores y están utilizando este desacuerdo público, en especial en redes sociales, para alimentarse y decir: nosotros tenemos la razón. La prueba de esto son los Trump, los Milei, los Bolsonaro, que hablan desde la convicción de sus represiones.

 

Usted reivindica lo masculino, la testosterona, las barbas, la sexualidad cisgénero.
Está presente hoy el tema de la represión aunque desde esa conciencia justiciera, la idea, por ejemplo, de que no hay que obsesionarse con el sexo penetrativo porque es falocéntrico. O esas nuevas corrientes que hablan de nuevas formas de tener sexo, esos términos como lo demisexual, lo poliamoroso, que al final son circunloquios para no afrontar el placer porque pareciera que también hay que sentirse culpable por este. Antes la religión y la derecha te decían que no te tenías que masturbar porque era pecado, y de alguna manera las nuevas corrientes te dicen que no te tienes que masturbar porque fomentas el falocentrismo, las relaciones de poder o cosas por el estilo. Entonces hay una criminalización moral del placer aunque sea desde una izquierda un poco más consciente. A mí lo que me llama la atención es qué tanta represión puede crear esto. O sea, al final hay una anatomía, una biología que siempre traiciona, y cuando la traición logre cruzar el umbral de la válvula de escape, como de una olla express, no sabría cuáles serán las consecuencias. Por otro lado, sí tengo que decir que agradezco –y supongo que eso se lo debemos al gran Michel Foucault– que discutamos el placer y el placer sexual en estos sistemas binarios de dominación, está bien hablar del tema. El problema es que nos quedamos en una discusión eterna en la que, lejos de buscar por lo menos salidas razonables, más bien buscamos salir  bien librados a partir de una validación social. El problema del woke es que sobreteoriza demasiadas cosas y terminamos en una confusión: ya no sabemos bien cómo lidiar con el placer y con la idea que tienen los demás de nosotros mismos. Siento que eso es anacrónico: por mucho tiempo las luchas de la diversidad sexual, pero sobre todo la de los homosexuales, que es la que me toca, querían mandar al diablo el qué dirán, el juicio social, y hoy día parece que el juicio social es muy importante para no ser cancelado.

Por todo eso fue deliberado que mi novela exudara testosterona, pero no en términos identitarios. Hoy día veo que están de moda las banderas; para todo hay banderas y cada vez más individualizadas. Quería que exudara testosterona porque es lo que me gusta, y para transmitirle al lector en qué consiste la homosexualidad fuera de los clichés ya aceptados por heteros. La sexualidad que deja de ser inofensiva cuando ya no se ajusta a este imaginario de los dramas burgueses, de los gays burgueses que se mueven en entornos seguros, entornos controlados. Sí siento que hay una especie de autocensura en el arte gay en general, pero sobre todo en Latinoamérica: no se ensucian las manos. Casi no se habla, por ejemplo, de gays obreros, de gays que sean conductores de taxi, que trabajen en carnicerías, que no tengan trabajos glamurosos. Ser actor porno se podría ver como un trabajo glamuroso, pero yo quería mostrar el lado que no es glamuroso y que no vemos. Cuando, por ejemplo, el actor tiene que tener sexo con alguien que no se le para y tiene que cumplir porque firmó un contrato, porque necesitas el dinero. La testosterona en el libro es para poder transmitir a cualquier lector, no solo al gay, lo que se siente, a lo que huele ser gay. Que no es nada más el artificio publicitario de dos güeyes que compran boletos de avión para irse a Hawai, porque creo que la homosexualidad se ha reducido mucho a esto, a las imágenes de revistas que te plantean lo idílico, lo aspiracional. Esto es problemático, pues, si no tienes dinero o un cuerpo hegemónico, qué haces.

Quería decir también en la novela que lo masculino va más allá de la perfección en los músculos, que tiene que ver con esas características que hoy día parecen motivos de vergüenza. Creo que en el paraguas de la diversidad sexual, la homosexualidad siempre va a ser la más juzgada. Hoy parece que si te gustan los hombres muy hombres, barbudos, que huelan mal, eres hegemónico, y otra vez se te vuelve a juzgar. Parece que te tienen que gustar los hombres más afeminados, o que no se ajusten necesariamente a ese tipo de hombre, o si no eres culpable de fomentar cierta opresión. Es bastante reduccionista eso y bastante moral. Al final es otra vez como en el pasado. Antes de salir del clóset tenías que fingir que te gustaban las mujeres, porque si no, ibas a ser marginado. Hoy tienes que fingir que te gustan cierto tipo de hombres, porque si te gustan los hombres “bárbaros” entonces eres opresor y te marginan.

A la homosexualidad se le exige algo que demostrar, siempre tenemos que demostrar que somos buenas personas. Por eso me gusta mucho vincularla al rock duro. Mi educación musical tuvo que ver con mi salida del clóset. Siendo de Torreón, una ciudad del norte en medio de la nada, sin mucho contacto con el exterior, mi forma de entender que había un mundo fuera del desierto fue viendo MTV. Los primeros hombres que despertaron en mí la homosexualidad fueron los cantantes en MTV, Henry Rollins de Black Flag, Lane Staley de Alice in Chains, Scott Weiland de Stone Temple Pilots. Con esos referentes masculinos me descubrí homosexual. También Tupac Shakur; el hip-hop también me dio valor para salir del clóset. Mi reivindicación de lo masculino es la reivindicación de mi placer, de lo que a mí me da placer y por lo que no voy a pedir disculpas, porque lo siento mucho, pero soy un tirano en la república de mis sábanas. No voy a pedir disculpas por lo que me gusta y por mi configuración de placer que para bien o para mal está ahí, y que no va a hacerle daño a nadie. 

Me gustan mucho, por ejemplo, las descripciones que hacen de los hombres Jean Genet y Dennis Cooper. También lo que hacen autores heterosexuales como Norman Mailer, Mark Twain, o Philip Roth; descripciones sin miedo a retratar a los hombres en toda su virilidad. Debo decir que para esta novela en específico, por alguna razón, no necesariamente para buscar inspiración, volví a leer a Tenesse Williams. Él entendió la fatídica contradicción que existe en el deseo hacia los hombres, que es de brutalidad salvaje; cómo uno es capaz de someterse a la gallardía de hombres que pueden ser muy miserables y egoístas. Justamente esa es la mecha del deseo. En la misma proporción que puede ser excitante el sexo con otro hombre, así como el vínculo afectivo que puede surgir por el mismo, también puede surgir todo tipo de violencia que no va resultar solo en gritos. La horizontalidad del porno gay es la misma horizontalidad que se presta para partirte la madre con otro cabrón por la igualdad de condición física. Eso a mí me parece fascinante. Esos sudororos y violentos balances son los que a mí me interesa explorar. El nombre del libro es un pequeño e involuntario tributo a Porno for Pyros, la banda de Perry Farrel, porque cuando vi el video de “Coursed Female”, dije: quiero ser el gay de ese video. Es un vato todo border que está en Los Ángeles y sale a buscar sexo oral en gasolinerías. Para mí aquello fue fundacional para entender mi homosexualidad. Estoy muy agradecido con Porno for Pyros, con ellos entendí que no solo se puede ser gay, sino que se puede ser un gay de calle que escucha Porno for Pyros y rock.

 

No se relaciona mucho a los gays con el rock duro sino con Rocío Durcal.

Creo que los gays no le han entrado mucho al rock, al punk, al hardcore, porque de alguna manera han entendido que obedecer al mainstream es una especie de herramienta de sobrevivencia. Creo que eso puede jugar en nuestra contra: lo que haces es darte nuevos mandatos. Al final hay un sistema tan poderoso que incluso les dice a las disidencias sexuales qué tienen que hacer, qué tienen que escuchar. Con todo el dolor digo que el movimiento homosexual es el primero que ha cedido a las exigencias de un sistema que no es otra cosa que el consumismo, un sistema de enajenaciones para no recordar nuestra propia fatalidad. Me apasiona el porno gay porque es justamente frontal con la autodestrucción que implica ser gay, porque sí hay una conciencia suicida en la homosexualidad. El sistema no quiere que tengamos esta conciencia, nos quiere obedientes y nos quiere trabajadores para seguir consumiendo, nos quiere consumistas, y envía entonces unos mensajes de sobredosis de autoestima: mientras más autoestima, más productividad. Yo sí creo que la homosexualidad es un onanismo suicida y eso me parece muy punk, la verdad. Hay que tener conciencia de que eso es muy punk y atenta contra los valores consumistas que a huevo nos los quieren meter como para que nos sintamos alguien.

A mí me encanta Rocío Durcal, la verdad, pues era una gran cantante, pero también me encanta quien le escribía las canciones, Juan Gabriel. Él tiene mucho de Tennesse Williams, lo caracteriza esa voluntad de someterse a un macho; la relación de poder con los machos es determinante en su vida, a tal grado que les escribe canciones cuando está enamorado y cuando se aleja. Él representó el drama gay en el que yo mismo me inscribo. Pornografía para piromaníacos es también muy dramática, tiene que ver con el hecho de que los gays tenemos claro que jamás vamos a ser aceptados y bien vistos como queremos que nos vean; tenemos una eterna lucha entre lo que nos genera placer y la forma en la que queremos ser aceptados, y esa tensión irresoluble es la que genera drama. Somos muy sensibles, nos tomamos las cosas muy personales. Nosotros mismos luchamos contra el rechazo, no lo afrontamos, y cuando se afronta implica muchas cosas. Hoy en día hay muchos gays que ya se encueran en las redes sociales, y me parece bien, aunque no sé si también haya en esto un deseo de validación. Estamos en una era evolutiva en la que solo parecemos existir por la cantidad de likes.

 

En la novela hay un cambio generacional sobre la percepción de la homosexualidad.
Lo que yo quería hacer era mostrar las diferentes generaciones de ser gay, cómo han cambiado las percepciones, incluso las rebeldías. Hoy la rebeldía es otra. Mi idea es hacer una trilogía, la trilogía de San Francisco, pero también la trilogía de adiós a la homosexualidad, al menos a la que a mí me tocó, una varonil, muy cisgénero, muy violenta, muy pornografica, y que está derivando en otra cosa, lo cual me parece bien, me parece perfecto. Creo que las cosas se acaban y dan pie a nuevas sensualidades, pero sí quisiera dejar testimonio de eso, dejar testimonio de lo que somos y seremos y de otras cosas que vengan. Me llama la atención, por ejemplo, que hay muchos gays que se suben a estos trenes de conversaciones posmodernistas y que están en redes sociales juzgando la opinión de los demás y que están enarbolando estas causas, estas nuevas formas de asumirte, pero al final están ahí, hincados, mamando verga en los cuartos oscuros, esperando que les den verga en los cuartos oscuros, en los saunas, en los clubes de sexo. Somos una cosa en redes sociales, en fiestas en público, en Instagram, en TikTok, y en la intimidad somos otra.

 

Hábleme de sus influencias literarias.
Soy de la generación X, mis primeras lecturas fueron los beats, me marcaron demasiado. La tetralogía de Willian Burroughs, Alen Ginsberg, Jack Kerouac y Lawrence Ferlingueti; es muy de San Francisco esa escena, muy contracultural, por eso, a pesar de todo, San Francisco sigue siendo una ciudad bastante interesante. Debo confesar, sin pena, porque que a muchos les da pena, que me gusta mucho Milan Kundera. Cuando murió me dolió bastante porque para mí La insoportable levedad del ser fue un acercamiento a muchas cosas. Hace poco lo volví a leer y me volvió a pegar de la misma manera. Ahora que hay ciertas reivindicaciones comunistas me acordé mucho de  La broma, que se me hace muy actual: estamos en una época en la que también se condena mucho humor como los comunistas condenan el humor en La broma. Hoy todo tiene que ser muy solemne y al borde de las lágrimas, si no, no es humano, algo de lo que también hablaba Albert Camus, por ejemplo, en El extranjero, cuando al protagonista se le juzga más por no llorar a su madre que por el asesinato que cometió.

Por mi situación geográfica, mi formación es mucho más gringa: me encanta William Faulkner, el ya nombrado Tennesse Williams, Norman Mailer, Truman Capote. El que me hizo descubrir la simbiosis que me encanta entre música y placer es Lester Bangs, el periodista de la revista Creem, que también trabajó para Rolling Stone y para Esquire. Él también es muy macho, muy masculino en su forma de relacionarse con la música, con las mujeres, y hacer un triángulo amoroso entre eso fue determinante para mí. Trato de emularlo en la medida de mis capacidades. Otra influencia es Bret Easton Ellis. Su primera novela, Menos que cero, también habla del cine snuff como una posibilidad de salir del aburrimiento de la burguesía en la que está inmiscuido el protagonista. Hablando otra vez de los hombres y de cómo describen a otros hombres con sus mujeres, son importantes para mí Sam Shepard y Kurt Vonnegut. Patricia Highsmith también es de mis favoritas.

 

Su novela es de imaginación, la apuesta es arriesgada. Es una novela clásica, por decirlo así, sobre un tema muy actual y muy poco abordado. Nada de testimonio, de yo narcisista, tan predominante en la literatura de hoy, aunque la cosa esté cambiando.
Qué bueno que lo mencionas. Justamente yo quería hacer un trabajo literario como el de todas esas novelas que leí cuando estaba morro, que eran la imaginación al servicio de las letras. Quería escribir historias intrincadas, con aventuras, como en Kurt Vonnegut, como en Sam Shepard, ambos capaces de crear historias y de poner a los personajes en situaciones límite. Me gusta mucho, por ejemplo, Irvine Welsh; a la larga mi generación estuvo marcada por Trainspotting. También me atrae este imaginario inglés tipo Ian McEwan, Kenzaburo Oé o Hanif Kureishi. Esta narrativa de ficción que suda y que arde, en la que hay bastantes descripciones. En la actualidad hay mucha literatura muy referencial, y está bien, no tengo ningún problema con eso, pero yo tenía ganas de volver a esas historias que me habían formado.

 

También en la novela veo a J.G. Ballard en cuanto a la relación de los cuerpos y la tecnología, una relación sensual con los objetos que me recuerda a la actual adicción a los teléfonos, por ejemplo.

Bueno, Crash de Ballard fue de mis primeras lecturas, una novela determinante en mi vida para no tenerle miedo al placer. Para mí, Ballard es el verdadero Nostradamus, el futuro que estamos viviendo hoy, incluso con las apps, con las plataformas, todo eso ya lo había escrito Ballard desde los setentas. Incluso estas nuevas formas de entender las luchas de clases están en Rascacielos. De mis primeras lecturas y una de mis influencias más cabronas es Ballard. En la novela también hablo un poco de Philip K. Dick, que también me encanta, y bueno, él era de Berkeley, pero también tiene esta forma de entender mucho San Francisco. La arquitectura de San Francisco alberga muy bien las obsesiones humanas, yo creo que por eso también ahí surgió la contracultura; es una península en la que se respira una especie de libertad pervertida. Por eso entiendo que Hitchcock haya elegido las calles de S.F. para hacer Vértigo, porque es una ciudad que permite que seas tú mismo en diferentes capas.

Creo que quería hacer algo distópico, una especie de distopía adelantada. La tecnología es importante en el libro. Por un lado, en la forma en que se comunican los personajes, la esquizofrenia que generan las redes sociales, como ocurre con Charliee, el pornstar milenial que ya es nativo digital. Su única manera de relacionarse con el mundo, tanto afectiva como sexualmente, es a través de los celulares, de las cámaras. Sí quería hacer una especie de medio ambiente ballardiano en el que estamos constantemente vigilados, en parte por voluntad propia. Mira la idea de Onlyfans, por ejemplo. Ya es como someterte, consagrarte a la cámara del Gran Hermano como una forma de nueva civilidad. Eso quería enfatizarlo ahí para coquetear un poco con las lecturas sci.fi. Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, de Dick, adelantó la idea de la ansiedad por ser celebridad que hoy estamos viviendo. Me encantan las distopías, me fascina leer a tíos como William Gibson, que son capaces de crear universos asfixiantes.

 

¿Y autores mexicanos?
 Hay autores mexicanos que también reflexionan sobre no tenerle miedo a la ficción, la ficción en grandote, como en este caso en el que me fui por esta como gorda en tobogán –perdón por la incorrección de la frase–. Ensayo de un crimen, por ejemplo, de Rodolfo Usigli, es una novela fascinante. Jorge Ibargüengoitia, su humor, su capacidad, también me han influenciado mucho. De Jorge he aprendido a no temerle a diseccionar la identidad del mexicano. Y, definitivamente, un escritor que no solo me influenció, sino que me abrió la puerta y me dio la confianza de escribir sobre temas que no necesariamente son complacientes con el lector es Guillermo Fadanelli; él publicó mis primeros libros. Me enseñó la capacidad de encontrarle el cinismo a la literatura.

 

La novela transcurre sobre todo en EE. UU, pero uno de los personajes principales es mexicano. ¿Qué nos dice del señor Pedro Blaster, el rey mexicano del porno en San Francisco?

Lo de Pedro me sirvió para darle a la novela la multiculturalidad que sí hay en San Francisco, pues es una ciudad multicultural con gente de todas partes del mundo. Me parecía interesante. El porno gay en su misma exposición de placer explicito también propone pláticas, discusiones sobre lo que es ser homosexual. Una de ellas es el tema de las identidades raciales. Hoy se habla mucho de la decolonización y de la multiculturalidad como valores que hay que abrazar. El porno gay lo viene haciendo desde hace mucho. Yo me acuerdo que desde los 90 está de moda el porno gay interracial, que justamente te mostraba eso que hoy se intenta demostrar a partir de teorías más académicas. El porno gay interracial mostraba hombres de distintas partes del mundo teniendo placer como una forma de unificación, en horizontalidad, en igualdad de condiciones físicas. El porno gay siempre ha estado a la vanguardia de los cuestionamientos sobre lo que es ser homosexual, aunque en apariencia solo sea una banalización del sexo en pantalla, pero implica muchas cosas, desde la producción, desde los castings, desde cómo se escogen los nombres artísticos de los actores. Lo que pasa es que no queremos ver esa vanguardia porque nos enfrenta con nuestro propio placer. Al menos en Latinoamérica enfrentarte al placer homosexual siempre va a implicar una carga de culpa y de vergüenza.

ACERCA DEL AUTOR


(Bogotá, 1982). Escritor y periodista cultural. Estudió comunicación social en la Universidad Javeriana y en la Universidad Central. En esta última realizó el Taller de escritores. Su libro de cuentos La vida sin dioses fue publicado en 2021 por Calixta Editores. Ha escrito sobre libros, música y películas, periodismo del yo y artículos por encargo en El Espectador, Bacánika, Cáñamo, El Universal, Contexto Media y Cartel Urbano, entre otros medios.